viernes, 23 de febrero de 2018
jueves, 22 de febrero de 2018
El inconmensuréibol
Madrileño de padre gallego, madre catalana, esposa andaluza
y vasco de afición (athletic de Bilbao), Antonio Fraguas, en el siglo “Forges”
(como él diría) es un ser humano “irrepetéibol”. Digo “es” porque cuando se
traspasa la barrera del imaginario colectivo y se acomoda en el seno de una
cultura, uno queda presente generación
tras generación, como las canciones de cuna o el refranero popular, y ya no hay parca que lo mueva de allá. Forges
no sólo vive permanentemente dentro de todos a través de algo tan íntimo como
el humor, del que reinventó con estilo único e incomparable el significado, (si
Valle-Inclán fue el padre del esperpento, Antonio Fraguas es su hermano mayor).
Es que literalmente vive en nuestro lenguaje. Si alguna vez ustedes se han
comido un “bocata”, han de saber que el vocablo, registrado por la RAE, es
invención de este genio de la cotidianidad caricaturizada.
Un día, en un parón prolongado de un tren de la Renfe, en
mitad de ninguna parte entre Madrid y Alcalá de Henares, ante la indignación
del deficiente servicio ferroviario escuché a dos pasajeros, tres asientos más
allá del mío, espetar irritados: “¡Que arranque ya!¡Esto es Forgiano!”. Con eso
está todo dicho.
Una socióloga de la Sorbonne me invitó en una conferencia
sobre humor a descifrar sus chistes de modo en que fueran inteligibles para un
francófono. Gensanta la que se lió, la maciza no ligó verbo cañí. Salió
escopetada sin pillar ni papa, y no precisamente porque me jumelara el pinrel. Panzada
excelsior oiga, como para deconstruirse el rictus. Proclamo.
Lo conocí en su habitual bar de otros tiempos, con su
habitual Vichy catalán en su habitual paseo de la castellana. Pocos meses
después lo teníamos en la antiga audiència, en el marco de la 5ª semana del
cómic de Tarragona, haciendo reír a mandíbula batiente a los asistentes, en una
sesión que aún a día de hoy sigue imbatible en términos de audiencia. Al acabar
se me acercó y preguntó con premura si todo había ido bien. Le dije que era más
que obvio el cariño que la gente le profesaba, por su humor que no hiere a
nadie (don de genio) y con el que todos se identifican de forma tan inmediata
como surreal. Sus ojos se humedecieron de alegría. En esa mirada chispeante e
inteligente se adivinaba al niño tímido, al padre protector, al maestro con
vocación de alumno, al ser humano humilde, inmenso como su generosidad y su
ternura, que años después me concedió de nuevo asistiendo a la presentación de
“A las barracudas” tras sus llamadas felicitándome por el trabajo hecho (y sabe
el Dios de la tinta que es un trabajo solitario el de criticar con humor y a
contracorriente cualquier gregarismo). Aún otro año después rubricó con un
prólogo lleno de cariño paternal mi libro “Entre luz y sombra”, siempre atento
y solidario. Siempre presente.
Pocos sabíamos de su estado de salud este último año, debido
a su natural discreción. Su sentido del humor sin precedentes y su natural
positivo trascendían a cualquier condición, y su chiste, impasible a las
circunstancias, continuaba esbozando sonrisas desde la tribuna diaria a modo de
medicina, ante tanto odio y estupidez contemporánea. ¿Cómo hacía Forges para
surfear afablemente sobre esta realidad? Sin perder la sonrisa, como sus
personajes, castizamente irónicos, burriciegamente sabios, siempre entrañables
en sus penas y glorias, domésticas o en una isla desierta.
Conocí en octubre a un ilustrador al que Forges había
ayudado a hacerse un hueco en una publicación (uno de los tantos). Cuando éste
le preguntó cómo podría agradecérselo Antonio le respondió, con su voz suave y
tranquilizadora, con su mirada profunda y amiga: “Cuando tengas oportunidad de
ayudar a alguien no dejes de hacerlo”.
Ése era Forges. Ése lo es. Afirmo.
http://tac12.xiptv.cat/tac-tarragona/capitol/forges-a-la-setmana-del-comic